viernes, 17 de febrero de 2017

PERIODISMO II

TRABAJO
Crónica
NOMBRE
Samanta Jácome
CURSO
5to “B”
FECHA
23-11-2016

Viaje a “el tornado”
Parecían espantapájaros con sus ropas nuevas
La iglesia como objetivo de ayudar a los necesitados emprende un viaje hacia las partes ocultas de Riobamba, en donde se visibiliza una decreciente pobreza por parte de sus habitantes que se quejan de no tener las tierras productivas para mantener una vida adecuada. Varios jóvenes ayudantes y salesianos emprenden el viaje el día 21 de diciembre del 2014 con víveres, juguetes y ropa para los habitantes de dicha comunidad, regresando el 23 de diciembre del mismo año. La ayuda es efímera pero satisfactoria.

Las piedras se sentían, el tambalear cada vez era más elevado y el polvo ingresando por las rendijas del camión hacía entrever una pared nebulosa entre cada uno de nosotros. Algunas risas se apropiaban de ellos, otros tosían y estornudaban. El camión era grande y frío, la mitad estaba ocupado por cosas y  la otra ocupada por el calor humano que se desvanecía entre el viento que entraba y salía como husmeando nuestra intimidad. La mayor parte de las conversaciones eran sobre aquello de qué se hará al llegar, sobre las personas y su entorno. Nadie quería dejar pasar ese aspecto fundamental “los detalles navideños”, así que en el resto del viaje el tararear de canciones y el canto a capela de: mi burrito sabanero, dulce navidad, etc daba un cierto aire de felicidad al ambiente entorpecido por el camino maltratado.
 El camión frenó, descendimos. Había una sonrisa en los salesianos y en sus colaboradores jóvenes. Juan Carlos el salesiano principal mostraba gran seguridad, al bajar buscó enseguida una casa, la más cercana del lugar, había que caminar mucho entre alojamientos pues se encontraban muy distantes uno del otro, al ser un sector rural. Era una montaña conocida como “el tornado” encontrada en la parte sierra del Ecuador la cual generaba discusiones en la iglesia sobre la solución de algún tipo de ayuda económica y vivencial ya que dicho pueblo se encontraba en una pobreza decreciente.
Pedro fue el primer morador en aparecer era pequeño de tés trigueña, estiró la mano con la mayor alegría, estaba muy feliz por la presencia de la iglesia. Él nos dirigió hacia la sala comunal, era apenas una casita que tenía desnivelado el suelo separando un cuarto del otro con una pared en el centro de cemento. Allí no había nada más que una señora, Claudia, avergonzada que salía desde el fondo diciendo “ya traigo una mesita”. Se la veía correr a lo lejos, en cuanto los niños pequeños empezaron a aparecer, se escuchaban sus risas juguetonas mientras corrían, pararon en el centro entre la pequeña escuela, que poseía as vidrieras de las ventanas rotas, se encontraba desvencijada casi como si la hubieran saqueado y las pocas cosas que tenía se encontraban sucias y en mal estado,  y la casa comunal, no había nada más que eso césped y árboles por doquier, los niños estaban allí como esperando algo. Entonces sin esperar más los jóvenes Marcos, Cristhian, Frank, Ismael, Claudia y Carlos se dirigieron hacia ellos, no se escuchaba bien lo que hacían, pero los niños empezaron a sonreír, los jóvenes los tomaron de las manos y formando un circulo, se escuchaba el canto de una canción, era el juego del lobo, ese juego de pequeños que nos hacía felices. El sol caía con intensidad, pero los niños no pararon, su juego era más que una distracción en ese momento, era su felicidad. Claudia al poco rato llegó con una mesita desgastada por los años, la acompañaba Mercedes su vecina quien traía un tiesto y diciendo “compartamos, compartamos” propuso amasar tortillas para tostarlas. El otro salesiano “chicho” como le decían armó un grupo con los niños para ir a recolectar leña, lo seguí, las criaturas generosas empezaron a recolectar todo lo que podían, no fue muy difícil los árboles se encontraban secos y las ramas eran arrancadas del propio árbol, incluso yo terminé cargando leña para cocinar, entregada a mis brazos por ellos. Y aunque no hubo todos los ingredientes la masa tuvo la consistencia adecuada. La cocina ya estaba armada y el tiesto puesto en su lugar al igual que la leña. Las horas habían transcurrido, ya casi no había luz y las tortillas esperaban salir pronto de la candela. El tiempo parece ser más corto sin la luz eléctrica, pienso. Dentro de la sala comunal, un foco alumbra escasamente el espacio. Al entrar y como si fuera en el camión, el polvo volvía a ser el invasor de nuestra intimidad. Los niños a pesar del frío estaban en camiseta, algunos vestían prendas ya muy desgastadas incluso rotas, sus caras todas sucias después de haber pasado en el suelo jugando todo el día. Al entrar en los cuartos fríos se observaba la mesa de Claudia, ese artículo rompía el aspecto cotidiano del cuarto e incentivaba a los muchachos a creer que era un día diferente para ellos. Varios jóvenes empezaron hacer juegos ligados al sentido del amor a Cristo. Las tortillas ya estaban allí, todos las devorábamos, sentíamos mucha hambre y a pesar de no tener el mismo sabor, la insipidez las hacía ricas, Mercedes dijo que tenía tostado y nos sirvió para acompañarlo, no era el mismo sabor que comemos en nuestra casa no tenía la pisca de sal que al aplastarlo lo vuelve crujiente. Los aplausos no se hicieron esperar, allí estábamos todos: salesianos, jóvenes, niños y campesinos. Todos hacíamos una familia. El ritmo comenzó a sonar en las palmadas y el canto de los pequeños armonizaba el lugar “campana sobre campana y sobre campana una…” gritaban en ritmo, no había música, pero había unidad, eso era lo que se buscaba una navidad feliz.
Es 22 de diciembre los moradores cuentan que no tienen donde sembrar porque existen sequías, además los climas no ayudan. Pedro dice “Toca estar buscando alimentos, bajando toda la loma para encontrar una tienda… ya ve que ni siquiera tenemos sal… porque no nos alcanza, aquí todos buscamos ayudarnos”. La solución de la iglesia es efímera, cómo se puede devolver a la tierra su productividad y al ambiente su salud si está inserto en el sistema capitalista en donde lo que prevalece es el dinero más no el bienestar del ser humano y paz con su naturaleza, sin embargo es puntual resaltar la solidaridad tomada a cargo de los salesianos, pero no hay que olvidar mencionar que la iglesia es parte de esa manipulación ideológica capitalista que busca y tiene en su fin acrecentar militantes de la iglesia católica para tener mayor respaldo y así una mayor economía. 
Los villancicos se cantaron y se volvieron a cantar, después de un par de horas nuestros celulares tecnológicos ayudaron a que exista algún tipo de música diferente a la cantada y la gente, primó de emoción a todo su cuerpo y espíritu y dando pasos de aquí allá, el piso irregular terminó siendo el más hermoso de las pistas de baile en donde los unos compartían sonrisas con los otros y viceversa. El calor era parte de nuestra noche que dejaba ver su profundidad en el negro cielo. El silencio se había convertido en estruendos de voces y risas. Y una vez más el pueblo se mostraba unido.
Es casi ya la una de la mañana, la gente dice nunca haberse quedado hasta estas horas, “si nosotros dormíamos como pollos” dice Mecedes, “ustedes nos han sacado de la camita” concluye Claudia, las dos ríen. Afuera hay un fondo negro, las piedras y las pendientes parecen haberse ido ya que es imposible deducir donde se encuentran, con miedo a caerme soy incapaz de caminar más allá, pero los moradores sin ningún tipo de luz comienzan a desaparecer en aquel paisaje. Ahora solo nos encontramos en aquel cuarto los jóvenes y salesianos, pronto decidimos abrigarnos, sacamos nuestros eslipin y los colocamos en el frío suelo. Hay cansancio pero permanecemos despiertos una hora más intentando conciliar el sueño, se escucha a lo lejos el croar de las ranas, se siente el desnivelado suelo y se vuelve a sentir el crudo fío que traspasa nuestra delicada tela del eslipin.
Es 23 de diciembre el reloj marca las 8 de la mañana, la gente ha comenzado a salir se vuelven a escuchas las risitas que ambientan el lugar. Mercedes llega con sus tres hijos, Claudia con dos. Juan Carlos había avisado que hoy se haría la repartición de víveres y ropa. Comienzan de nuevo el juego, los niños se jalonean intentando ganar unos entre otros. Las mamas de ellos y otro habitantes adultos los miran con sonrisas, el camión está en su frente es blanco y grande, les produce felicidad saber que en esta navidad van a tener algún pequeño detalle que los hará felices. Chucho grita “formen una fila”, la gente se alborota, los niños se empujan, Frank uno de los jóvenes grita “calma va a ver para todos”. Las filas logradas se han extendido a lo ancho y largo del camión, los jóvenes en su parte superior comienzan a sacar primero la ropa, la exponen y aunque algunos se pelean intentan repartirla de la mejor manera, intentando la equidad para todos. La gente se ha comenzado a poner los trajes encima de los que ya tenían parecen marionetas algunos y espantapájaros otros, las risas se vuelven a escuchar, la ropa a algunos les ha quedado a su medida. “Yo quiero esas botas” dice Nancy, “yo las quiero” reitera, ¿qué número calza? Preguntó Frank, 37 respondió Nancy, se han hecho para usted finalizó Frank.  Esas botas dieron por terminada la tanda de ropa. Faltaban únicamente los víveres, se encontraban distribuidos en fundas familiares, la fila funcionó como en el banco, pasaron de la bulla a un silencio penetrante solo bajas voces se escuchaban “gracias” “gracias”. Aunque pocas veces tomé la ropa para entregar me sentía feliz por su felicidad, era una sensación de alteridad que a muchos les hace falta conocer, pero que ese pueblo te lo brinda.
Nancy tenía una funda abultada de ropa, dijo que la acompañáramos a su casa porque tenía una discapacidad en su pierna, el caminar se tornaba dificultoso por lo que decidimos acompañarla. Juan Carlos y algunos jóvenes salimos para su casa. ¿Dónde está pregunté?, a lo que ella respondió “es en la otra loma”, sonreí se veía muy cercana la otra montaña. Comenzamos a caminar tuvimos que descender la mitad de la montaña “el tornado”, había pasado ya una hora y media cuando nos encontramos con un pequeño río, Nancy tenía puesta botas para poder pasar, nosotros nos mojamos casi hasta la rodilla saltando de piedra en piedra fue imposible no resbalarse, la mayoría de nosotros terminó mojado. La señora nos conversaba los productos que tenía sembrado en pequeñas cantidades (mora , tomate, etc). La cuesta se abría ante nuestros ojos, era empinada y el sol impactaba en tu frente como deseando empujarte hacia el inicio de tu caminata y aunque fue toda una travesía cruzar entre las sin número de ramas que encontramos por el  camino llegamos a una parte plana en donde se divisaba una casita de tierra. Nancy estaba feliz, nos invitó a pasar, dos de sus perros que estaban echados en la tierra también nos dieron la bienvenida con sus ladridos. Los árboles se mecían de un lado al otro, en esa montaña parecía soplar mucho más el viento. Se escuchaba el cacareo de gallinas y se podía ver frágilmente a lo lejos como las moras parecían pequeños bobillos rojos alegrando al verde arbusto frondoso.
“Pasen…quieren zapallo” preguntó Nancy. La puerta de madera era muy ligera, el lugar tenía la dimensión de un cuarto pequeño en la ciudad. Ingresamos y el humo que había allí dentro impedía que respiremos bien por lo que salimos enseguida, volvimos ingresar por segunda vez a sabiendas que nuestro amigo humo estaría presente. Entramos y unos animalitos pequeños se asustaron eran cuyes que merodeaban toda la habitación, se escuchaba su sonido agudo y se veían sus excrementos en todas partes; en la parte superior habían dos esteras que colgaban al lado de tablas suspendidas entre pared y pared; en la esquina de enfrente se encontraba Nancy, mecía la colada en la olla ennegrecida por la candela que salía de entre las rocas que conformaban la cocina. El recipiente era de lata en donde una cantidad generosa fue repartida por Nancy. La colada no era colada urbana era una colada rural que mantenía incluso las pepas del zapallo entre sus hilachas tomates que caían por el borde de la taza. La mayoría luchamos para poder comer el abundante detalle, el cual no tenía o al menos no conocía ningún sabor ameno que lo colocara en una posición degustante. Nancy nos despidió amorosamente. Regresamos a nuestra montaña el tornado, ya había oscurecido había cortas conversaciones desperdigadas por el lugar, algunos ya usaban la ropa regalada, pronto todos como un alarido gritamos “Feliz navidad” y empezamos a abrazarnos, te provocaba entusiasmo, alegría, placer un niñito lloraba de felicidad con un carro en la mano. Pronto cayó el escenario negro y todos se fueron alejando de poco a poco. Ese día recuerdo haber dormido caliente, se sentía mucho más que felicidad y las sonrisas fueron nuestro agradecimiento.
Eran las cuatro de la mañana del 24 de diciembre, el camión se había marchado el día anterior, nos esperaría a las 7am del siguiente día  en el inicio de la montaña donde se encontraba otro grupo de jóvenes y salesianos ayudando, para partir a Quito. El sendero era pedregoso íbamos de dos en dos uno caminaba con los ojos cerrados y el otro le guiaba, era una especie de gallina ciega, pero incluso así acelerábamos el paso, el uno jalaba al otro y así continuamente. Hicimos casi cuatro horas en llegar al lugar de partida. Estábamos con la tierra encima, el cansancio que nos mantenía débiles, el día anterior solo habíamos comido una sopita de fideo que nos brindó la comunidad. A unos cuantos metros de inicio de “el tornado” se encontraba la iglesia principal ahí desayunamos “una agüita con pan” como la denominó el padre Emilio. Gustoso nos unimos con el otro grupo y emprendimos nuestro regreso. Saltábamos como en el inicio dentro del camión, pero ahora había una satisfacción que nos atravesaba y nos unía a cada uno de nosotros en navidad.


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