PERIODISMO
II
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TRABAJO
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Crónica
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NOMBRE
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Samanta
Jácome
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CURSO
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5to
“B”
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FECHA
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23-11-2016
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Viaje
a “el tornado”
Parecían
espantapájaros con sus ropas nuevas
La iglesia como objetivo de
ayudar a los necesitados emprende un viaje hacia las partes ocultas de
Riobamba, en donde se visibiliza una decreciente pobreza por parte de sus
habitantes que se quejan de no tener las tierras productivas para mantener una
vida adecuada. Varios jóvenes ayudantes y salesianos emprenden el viaje el día
21 de diciembre del 2014 con víveres, juguetes y ropa para los habitantes de
dicha comunidad, regresando el 23 de diciembre del mismo año. La ayuda es
efímera pero satisfactoria.
Las piedras se sentían, el tambalear
cada vez era más elevado y el polvo ingresando por las rendijas del camión hacía
entrever una pared nebulosa entre cada uno de nosotros. Algunas risas se apropiaban
de ellos, otros tosían y estornudaban. El camión era grande y frío, la mitad
estaba ocupado por cosas y la otra ocupada
por el calor humano que se desvanecía entre el viento que entraba y salía como
husmeando nuestra intimidad. La mayor parte de las conversaciones eran sobre
aquello de qué se hará al llegar, sobre las personas y su entorno. Nadie quería
dejar pasar ese aspecto fundamental “los detalles navideños”, así que en el
resto del viaje el tararear de canciones y el canto a capela de: mi burrito
sabanero, dulce navidad, etc daba un cierto aire de felicidad al ambiente
entorpecido por el camino maltratado.
El
camión frenó, descendimos. Había una sonrisa en los salesianos y en sus
colaboradores jóvenes. Juan Carlos el salesiano principal mostraba gran
seguridad, al bajar buscó enseguida una casa, la más cercana del lugar, había
que caminar mucho entre alojamientos pues se encontraban muy distantes uno del
otro, al ser un sector rural. Era una montaña conocida como “el tornado”
encontrada en la parte sierra del Ecuador la cual generaba discusiones en la
iglesia sobre la solución de algún tipo de ayuda económica y vivencial ya que
dicho pueblo se encontraba en una pobreza decreciente.
Pedro fue el primer morador en aparecer
era pequeño de tés trigueña, estiró la mano con la mayor alegría, estaba muy
feliz por la presencia de la iglesia. Él nos dirigió hacia la sala comunal, era
apenas una casita que tenía desnivelado el suelo separando un cuarto del otro
con una pared en el centro de cemento. Allí no había nada más que una señora,
Claudia, avergonzada que salía desde el fondo diciendo “ya traigo una mesita”.
Se la veía correr a lo lejos, en cuanto los niños pequeños empezaron a
aparecer, se escuchaban sus risas juguetonas mientras corrían, pararon en el
centro entre la pequeña escuela, que poseía as vidrieras de las ventanas rotas,
se encontraba desvencijada casi como si la hubieran saqueado y las pocas cosas
que tenía se encontraban sucias y en mal estado, y la casa comunal, no había nada más que eso
césped y árboles por doquier, los niños estaban allí como esperando algo.
Entonces sin esperar más los jóvenes Marcos, Cristhian, Frank, Ismael, Claudia
y Carlos se dirigieron hacia ellos, no se escuchaba bien lo que hacían, pero
los niños empezaron a sonreír, los jóvenes los tomaron de las manos y formando
un circulo, se escuchaba el canto de una canción, era el juego del lobo, ese
juego de pequeños que nos hacía felices. El sol caía con intensidad, pero los
niños no pararon, su juego era más que una distracción en ese momento, era su
felicidad. Claudia al poco rato llegó con una mesita desgastada por los años,
la acompañaba Mercedes su vecina quien traía un tiesto y diciendo “compartamos,
compartamos” propuso amasar tortillas para tostarlas. El otro salesiano “chicho”
como le decían armó un grupo con los niños para ir a recolectar leña, lo seguí,
las criaturas generosas empezaron a recolectar todo lo que podían, no fue muy
difícil los árboles se encontraban secos y las ramas eran arrancadas del propio
árbol, incluso yo terminé cargando leña para cocinar, entregada a mis brazos
por ellos. Y aunque no hubo todos los ingredientes la masa tuvo la consistencia
adecuada. La cocina ya estaba armada y el tiesto puesto en su lugar al igual
que la leña. Las horas habían transcurrido, ya casi no había luz y las
tortillas esperaban salir pronto de la candela. El tiempo parece ser más corto
sin la luz eléctrica, pienso. Dentro de la sala comunal, un foco alumbra
escasamente el espacio. Al entrar y como si fuera en el camión, el polvo volvía
a ser el invasor de nuestra intimidad. Los niños a pesar del frío estaban en camiseta,
algunos vestían prendas ya muy desgastadas incluso rotas, sus caras todas
sucias después de haber pasado en el suelo jugando todo el día. Al entrar en
los cuartos fríos se observaba la mesa de Claudia, ese artículo rompía el
aspecto cotidiano del cuarto e incentivaba a los muchachos a creer que era un
día diferente para ellos. Varios jóvenes empezaron hacer juegos ligados al
sentido del amor a Cristo. Las tortillas ya estaban allí, todos las
devorábamos, sentíamos mucha hambre y a pesar de no tener el mismo sabor, la
insipidez las hacía ricas, Mercedes dijo que tenía tostado y nos sirvió para
acompañarlo, no era el mismo sabor que comemos en nuestra casa no tenía la
pisca de sal que al aplastarlo lo vuelve crujiente. Los aplausos no se hicieron
esperar, allí estábamos todos: salesianos, jóvenes, niños y campesinos. Todos
hacíamos una familia. El ritmo comenzó a sonar en las palmadas y el canto de
los pequeños armonizaba el lugar “campana sobre campana y sobre campana una…”
gritaban en ritmo, no había música, pero había unidad, eso era lo que se
buscaba una navidad feliz.
Es 22 de diciembre los moradores cuentan
que no tienen donde sembrar porque existen sequías, además los climas no
ayudan. Pedro dice “Toca estar buscando alimentos, bajando toda la loma para
encontrar una tienda… ya ve que ni siquiera tenemos sal… porque no nos alcanza,
aquí todos buscamos ayudarnos”. La solución de la iglesia es efímera, cómo se
puede devolver a la tierra su productividad y al ambiente su salud si está
inserto en el sistema capitalista en donde lo que prevalece es el dinero más no
el bienestar del ser humano y paz con su naturaleza, sin embargo es puntual resaltar
la solidaridad tomada a cargo de los salesianos, pero no hay que olvidar
mencionar que la iglesia es parte de esa manipulación ideológica capitalista
que busca y tiene en su fin acrecentar militantes de la iglesia católica para
tener mayor respaldo y así una mayor economía.
Los villancicos se cantaron y se
volvieron a cantar, después de un par de horas nuestros celulares tecnológicos
ayudaron a que exista algún tipo de música diferente a la cantada y la gente,
primó de emoción a todo su cuerpo y espíritu y dando pasos de aquí allá, el
piso irregular terminó siendo el más hermoso de las pistas de baile en donde
los unos compartían sonrisas con los otros y viceversa. El calor era parte de
nuestra noche que dejaba ver su profundidad en el negro cielo. El silencio se
había convertido en estruendos de voces y risas. Y una vez más el pueblo se
mostraba unido.
Es casi ya la una de la mañana, la gente
dice nunca haberse quedado hasta estas horas, “si nosotros dormíamos como
pollos” dice Mecedes, “ustedes nos han sacado de la camita” concluye Claudia,
las dos ríen. Afuera hay un fondo negro, las piedras y las pendientes parecen
haberse ido ya que es imposible deducir donde se encuentran, con miedo a caerme
soy incapaz de caminar más allá, pero los moradores sin ningún tipo de luz
comienzan a desaparecer en aquel paisaje. Ahora solo nos encontramos en aquel
cuarto los jóvenes y salesianos, pronto decidimos abrigarnos, sacamos nuestros
eslipin y los colocamos en el frío suelo. Hay cansancio pero permanecemos despiertos
una hora más intentando conciliar el sueño, se escucha a lo lejos el croar de
las ranas, se siente el desnivelado suelo y se vuelve a sentir el crudo fío que
traspasa nuestra delicada tela del eslipin.
Es 23 de diciembre el reloj marca las 8
de la mañana, la gente ha comenzado a salir se vuelven a escuchas las risitas
que ambientan el lugar. Mercedes llega con sus tres hijos, Claudia con dos.
Juan Carlos había avisado que hoy se haría la repartición de víveres y ropa.
Comienzan de nuevo el juego, los niños se jalonean intentando ganar unos entre
otros. Las mamas de ellos y otro habitantes adultos los miran con sonrisas, el
camión está en su frente es blanco y grande, les produce felicidad saber que en
esta navidad van a tener algún pequeño detalle que los hará felices. Chucho
grita “formen una fila”, la gente se alborota, los niños se empujan, Frank uno
de los jóvenes grita “calma va a ver para todos”. Las filas logradas se han
extendido a lo ancho y largo del camión, los jóvenes en su parte superior
comienzan a sacar primero la ropa, la exponen y aunque algunos se pelean
intentan repartirla de la mejor manera, intentando la equidad para todos. La
gente se ha comenzado a poner los trajes encima de los que ya tenían parecen
marionetas algunos y espantapájaros otros, las risas se vuelven a escuchar, la
ropa a algunos les ha quedado a su medida. “Yo quiero esas botas” dice Nancy,
“yo las quiero” reitera, ¿qué número calza? Preguntó Frank, 37 respondió Nancy,
se han hecho para usted finalizó Frank.
Esas botas dieron por terminada la tanda de ropa. Faltaban únicamente
los víveres, se encontraban distribuidos en fundas familiares, la fila funcionó
como en el banco, pasaron de la bulla a un silencio penetrante solo bajas voces
se escuchaban “gracias” “gracias”. Aunque pocas veces tomé la ropa para
entregar me sentía feliz por su felicidad, era una sensación de alteridad que a
muchos les hace falta conocer, pero que ese pueblo te lo brinda.
Nancy tenía una funda abultada de ropa,
dijo que la acompañáramos a su casa porque tenía una discapacidad en su pierna,
el caminar se tornaba dificultoso por lo que decidimos acompañarla. Juan Carlos
y algunos jóvenes salimos para su casa. ¿Dónde está pregunté?, a lo que ella
respondió “es en la otra loma”, sonreí se veía muy cercana la otra montaña.
Comenzamos a caminar tuvimos que descender la mitad de la montaña “el tornado”,
había pasado ya una hora y media cuando nos encontramos con un pequeño río,
Nancy tenía puesta botas para poder pasar, nosotros nos mojamos casi hasta la
rodilla saltando de piedra en piedra fue imposible no resbalarse, la mayoría de
nosotros terminó mojado. La señora nos conversaba los productos que tenía
sembrado en pequeñas cantidades (mora , tomate, etc). La cuesta se abría ante
nuestros ojos, era empinada y el sol impactaba en tu frente como deseando
empujarte hacia el inicio de tu caminata y aunque fue toda una travesía cruzar
entre las sin número de ramas que encontramos por el camino llegamos a una parte plana en donde se
divisaba una casita de tierra. Nancy estaba feliz, nos invitó a pasar, dos de
sus perros que estaban echados en la tierra también nos dieron la bienvenida
con sus ladridos. Los árboles se mecían de un lado al otro, en esa montaña
parecía soplar mucho más el viento. Se escuchaba el cacareo de gallinas y se
podía ver frágilmente a lo lejos como las moras parecían pequeños bobillos
rojos alegrando al verde arbusto frondoso.
“Pasen…quieren zapallo” preguntó Nancy.
La puerta de madera era muy ligera, el lugar tenía la dimensión de un cuarto
pequeño en la ciudad. Ingresamos y el humo que había allí dentro impedía que
respiremos bien por lo que salimos enseguida, volvimos ingresar por segunda vez
a sabiendas que nuestro amigo humo estaría presente. Entramos y unos animalitos
pequeños se asustaron eran cuyes que merodeaban toda la habitación, se
escuchaba su sonido agudo y se veían sus excrementos en todas partes; en la
parte superior habían dos esteras que colgaban al lado de tablas suspendidas
entre pared y pared; en la esquina de enfrente se encontraba Nancy, mecía la
colada en la olla ennegrecida por la candela que salía de entre las rocas que
conformaban la cocina. El recipiente era de lata en donde una cantidad generosa
fue repartida por Nancy. La colada no era colada urbana era una colada rural
que mantenía incluso las pepas del zapallo entre sus hilachas tomates que caían
por el borde de la taza. La mayoría luchamos para poder comer el abundante
detalle, el cual no tenía o al menos no conocía ningún sabor ameno que lo
colocara en una posición degustante. Nancy nos despidió amorosamente.
Regresamos a nuestra montaña el tornado, ya había oscurecido había cortas
conversaciones desperdigadas por el lugar, algunos ya usaban la ropa regalada,
pronto todos como un alarido gritamos “Feliz navidad” y empezamos a abrazarnos,
te provocaba entusiasmo, alegría, placer un niñito lloraba de felicidad con un
carro en la mano. Pronto cayó el escenario negro y todos se fueron alejando de
poco a poco. Ese día recuerdo haber dormido caliente, se sentía mucho más que
felicidad y las sonrisas fueron nuestro agradecimiento.
Eran las cuatro de la mañana del 24 de
diciembre, el camión se había marchado el día anterior, nos esperaría a las 7am
del siguiente día en el inicio de la
montaña donde se encontraba otro grupo de jóvenes y salesianos ayudando, para
partir a Quito. El sendero era pedregoso íbamos de dos en dos uno caminaba con
los ojos cerrados y el otro le guiaba, era una especie de gallina ciega, pero
incluso así acelerábamos el paso, el uno jalaba al otro y así continuamente.
Hicimos casi cuatro horas en llegar al lugar de partida. Estábamos con la
tierra encima, el cansancio que nos mantenía débiles, el día anterior solo
habíamos comido una sopita de fideo que nos brindó la comunidad. A unos cuantos
metros de inicio de “el tornado” se encontraba la iglesia principal ahí
desayunamos “una agüita con pan” como la denominó el padre Emilio. Gustoso nos
unimos con el otro grupo y emprendimos nuestro regreso. Saltábamos como en el
inicio dentro del camión, pero ahora había una satisfacción que nos atravesaba
y nos unía a cada uno de nosotros en navidad.
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