Al
Quilotoa en moto
Por: Pamela Viveros
Uno
de los atractivos turísticos que todo ecuatoriano debe conocer, es la Laguna
del volcán Quilotoa, que está ubicado en la provincia de Cotopaxi, en la
parroquia Zumbahua, y forma parte de la Reserva Ecológica Los Ilinizas.
Irreal.
Es la primera palabra que cruza tu mente apenas miras hacia el horizonte.
Irreal, así es la laguna de Quilotoa, a tan sólo 3 horas al sur de Quito puedes
encontrar una vista digna de ser guardada en tus recuerdos.
Es
sábado, son las 6 de la mañana, a pesar de la gran aventura que nos espera,
quiero seguir entre las sabanas. Miro hacia a la ventana y no hay esperanza de
que quiera salir el sol. Miro a la silla del escritorio y observo el equipo de
viaje que prepare la noche anterior. Jeans gruesos, chaqueta de cuero, dos
camisetas de manga larga, una gorra de lana, guantes, zapatos deportivos y las
pesadas botas blancas de viaje de moto.
Daniel mi hermano, me advirtió del frio al que
me iba a exponer, “yo te recomiendo, llevar ropa abrigada,” me dijo. Son las 7 de la mañana llegaron por mí.
Apenas puedo reconocer a mis amigos de aventura. Efrén Herrera y Eduardo
Proaño. Altos de cabello negro, lucen como pilotos de motociclismo con todo el
equipo que llevan puesto, pantalones gruesos, botas de motociclismo, chompas
gruesas, coderas y rodilleras, junto a ellos dos motocicletas KTM Duke 390.
Me coloco las rodilleras y el casco, reviso
que las correas de seguridad estén en su lugar y las aberturas de ventilación
estén cerradas. Efrén siempre me ha dicho, “seguridad, ante todo”. Me coloco la
mochila en la espalda, como una vaquera que va a montar a su caballo, me subo a
la moto. Sentada y bien sujeta a la cintura de mi piloto comenzamos la
aventura. El viaje nos tomó alrededor de tres horas y media hasta llegar.
Pasamos por la comunidad indígena de Zumbahua, es una gama de colorido, ferias
llenas de, animales, ovejas, vacas, chanchos, frutas y ropa se pueden ver entre
el ruido y la ola de gente. Falta poco para llegar. Me duele la espalda, tengo
frio y no siento las piernas.
El martirio vale la pena. Dentro de un cráter
volcánico se aloja un gran lago de unos 3 kilómetros de diámetro, el Quilotoa.
La leyenda de este lago, nace en la tribu de los Shyris con la princesa Toa y antes
de eso Quilotua, Diego Velazco, gran conocedor de historia, nos dice que esta
palabra se deformo en lo que ahora conocemos como Quilotoa. El agua de la
laguna posee un color verde esmeralda y una combinación verde azulado. Decidimos bajar a ver de cerca la laguna. El
bajar fue divertido. Un sendero con rocas, piedras, así como zonas con mucha
arena y ceniza donde se puede fácilmente deslizarse como si estuviésemos
pisando nieve.
En
el descenso, nos encontramos con un grupo de jóvenes, sudorosos y cansados nos
decían “no bajen, se van a arrepentir, al subir”, regalándoles una sonrisa y
haciendo caso omiso del sabio consejo, seguimos nuestra ruta. Al final llegamos. No hay población alguna ahí abajo, solo
visitantes nacionales y extranjeros, unos suben a los botes que alquilan. Eduardo nos anima a alquilar un bote, pero nos
negamos, él dice que lo ha hecho varias veces y que es entretenido, pero
seguimos mirando sin dejar de caminar. Mirando desde ese punto, te sientes
encerrado en medio de una circunferencia rocosa. La laguna tiene un olor a
azufre y se pueden ver burbujas que apresen en el agua. Me acerco y meto un
dedo en el agua, ¡que frio! Cuando el sol dejo de brillar, el frío y el viento
nos helaron los huesos, decidimos volver. El grupo de colegiales tenían razón,
nos arrepentimos de haber bajado. Caminábamos 10 minutos y descansábamos 5. En
medio de nuestro viacrucis, los dueños de caballos y yeguas iban tentándonos de
aceptar la promoción “por 5 dólares, suba en caballo y ¡no sufra!, ¡no se canse
y disfrute.
En
el camino nos encontramos con más turistas que bajaban, sin duda alguna, solo
de ver nuestras caras de cansados, parecía que ya no querían bajar. Fue tan
larga la subida, pero muy agradable. Al fin y con satisfacción ¡lo logramos!,
llegamos y posamos para la foto del recuerdo. Entramos a un local hecho de
barro y techo de paja, para calentarnos con un delicioso chocolate caliente, el
viaje de vuelta a Quito será duro.
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