domingo, 12 de febrero de 2017

Crónica: Una aventura en Boliche

ANTETÍTULO
Viajar por carretera
TÍTULO
Una aventura en Boliche
SUMARIO
Para pasar un fin de semana lejos del ajetreo de la ciudad, un grupo de amigos viajan Boliche y conviven en la naturaleza.
CUERPO DEL TEXTO
Junto al Parque Nacional Cotopaxi se encuentra el Área Nacional de Recreación El Boliche. En este lugar se respira naturaleza gracias su amplia biodiversidad que llena de magníficos recuerdos a cada uno de sus visitantes.
Aprovechando los últimos días del clima cálido ante la llegada del invierno, la segunda semana de noviembre realicé un viaje junto a mis amigos para disfrutar de su compañía y escapar de la rutina. El terminal de Quitumbe fue nuestro punto de encuentro y desde allí partimos en un bus que tenía como destino Latacunga. El bus era nuevo y cada asiento estaba cubierto por un plástico tranparente. Al comenzar el viaje mis amigos y yo nos reíamos por todas las maletas que llevábamos y que más tarde nos tocaría cargar, pero el reloj marcaba las ocho y pronto nos quedamos dormidos, tan dormidos que despertamos en Latacunga.
Al bajar del bus fue inevitable reír, incluso el conductor nos mostró una leve sonrisa al enterarse de que nuestro destino había quedado atrás. Entonces Jenny Jurado, alta, de rostro redondo y cabello largo, calculó rápidamente el dinero que necesitábamos para volver en una camioneta hasta Boliche. Ya cansados del viaje, subimos a la camioneta y solo observábamos el maravilloso paisaje que nos mostraba el volcán Cotopaxi.
Al llegar a la estación del tren de Boliche pasamos el control de seguridad y fue en ese momento cuando Yania Enríquez y Santiago Enríquez  se lamentaron. Ambos de cuerpos gruesos y apasionados por la música y el alcohol, se llevaron una sorpresa cuando los tres guardias  vaciaron cada una de las maletas y nos requisaron un paquete de cerveza. Sin embargo, una vez dentro del parque nadie necesitó de esta bebida. Con la parrilla encendida y la comida de nuestro amante de la cocina, Jonathan Navarrete, empezó la incesante lluvia que nos impidió volver a salir de las cabañas. Éstas eran grandes pero con pocas camas, por lo que entre Carlos Tafur y Cristian Echeverría colocaron los colchones negros y estrechos de tal forma que armaron una sola cama para todos.
Con el calor de la chimenea, Yania sacó su guitarra y acompañada de nuestras palmas comenzó a cantar con su delicada voz y así, canción tras canción, terminamos rendidos y dormimos quitándonos las cobijas unos a otros.
A la mañana siguiente yo fui la primera en despertar y al correr las cortinas amarillas de la cabaña, observé a las llamas que había invadido el refugio. Blancas y cafés, de un solo color o combinadas, todas eran hermosas. Cristian nunca había visto una llama, así que rápidamente arrancó un trozo de largas hierbas frescas para alimentarlas y examinarlas de cerca.
CONCLUSIÓN
Después de nuestra aventura con las llamas, las nubes grises comenzaron a cubrir nuevamente el cielo. Nos obligaron a hacer las maletas para salir antes de una nueva lluvia, pero nos íbamos con una nueva experiencia. La convivencia en plena naturaleza y los nuevos lazos de amistad que se crearon en aquel lugar fueron un recuerdo que nos hará volver.

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